sábado, 7 de diciembre de 2013

Lo primero no es la República, sino la herramienta que traiga la República.

Imaginemos que a consecuencia de la podredumbre de la Casa Real, se proclamara la III República, ¿De que mano vendría?. Indudablemente de la mano de aquellos que hoy la apuntalan y la permitieron en los últimos años setenta.

¿Acaso esos poderes harían una Constitución “social”?, entendiendo por social, que la nueva Constitución tuviera lo público como garante de un proyecto social basado en la justicia y la solidaridad. Lo dudo, pues sería una Constitución nuevamente consensuada entre dos formas de entender la explotación: aquella que considera que para apropiarse de la riqueza creada con el esfuerzo y el trabajo de toda la sociedad, lo mejor es una democracia controlada, oligarquía esta que tendría como gestor de sus intereses fundamentalmente al PSOE entre otros, y la otra oligarquía, la autoritaria, hoy con ventaja, que considera que la apropiación de la plusvalía, se hace mejor desde un sistema autoritario y que estaría gestionada por el PP fundamentalmente, aunque no el único. Ninguna de estas dos oligarquías contempla una sociedad que avance hacia una plena democracia. Hay que entender como democracia aquella forma de Estado, capaz de aportar libertad y bienestar a toda la ciudadanía.

Imaginemos ahora que ya está proclamada la III República. A partir de ese momento la lucha política entre partidos, estaría centrada en la presentación de un programa de gobierno en los procesos electorales y, no nos engañemos, hay muy poca diferencia entre los programas de los partidos de izquierda en este país. Incluso diría que hay muy pocas posibilidades de presentar programas políticos radicalmente diferentes dentro del ámbito de la izquierda.

Hay que hacer aquí un inciso para señalar, que la lucha política hoy se desarrolla en dos planos. El primero, la lucha por el gobierno que llevan a cabo los partido del arco parlamentario y el segundo plano la lucha entre aquellos partidos, pocos y con poca o nula representación institucional que pretenden cambiar la forma de Estado, que pretenden crear un Constitución democrática al servicio de la ciudadanía y acabar con el Estado monárquico nacido en la Transición, precisamente, de la mano de los que todos conocemos. Pues bien, de estos “pocos” los republicanos demócratas son los menos.

Es por tanto imprescindible para aquellos republicanos que quieran romper con el pasado dictatorial que hoy nos acosa a los españoles descaradamente, echar raíces en el pueblo y ganárselas, mediante un trabajo honesto, paciente y continuado entre el electorado que con sus votos, no hay otra forma, lleve la voz de los republicanos, primero, a todas las instituciones del Estado, y después, a ser una alternativa y una garantía de un Estado republicano democrático.

Un largo camino, sin duda, pero es el único.

Articulo de Joaquín Ortiz.
Militante de Alternativa Republicana Madrid.

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