jueves, 26 de diciembre de 2013

De aquellos polvos, ¿estos lodos?

Otros tiempos contemplaban a la ciudad. La Sevilla que se pregona eterna poco tenía que ver con la que hemos recibido en herencia en el siglo XXI. Monumentos, viario, fiestas, etc. son quizás el único testigo de los años que separan a la Hispalis moderna, aquella que en las vistas se intitulaba con la leyenda Qui non ha vista, non ha vista maravilla, de esta Sevilla pretendidamente cosmopolita, pero tan distante de ese adjetivo, y sin alma. Pero no es esto un alegato a Los cielos que perdimos, sino algo muy diferente. Estas líneas son más bien dos trazos de lo que era el sevillano moderno y lo que es, somos, en la actualidad. La diferencia, verán, es nítida.

Corría el año de 1521 –expresión muy válida en el positivismo ya totalmente en desuso- cuando la ciudad se agitó. Los habitantes venían arrastrando una escasez de alimentos básicos desde hacía, al menos de forma general, un par de años y la solución estaba distante de alcanzarse. Las demandas de socorro ante el Rey caían en un saco roto y lejano, pues Carlos se hallaba inmerso en sus asuntos del Sacro Imperio y su atención sobre Castilla estaba prácticamente centrada en el conflicto de las Comunidades. El auxilio ante el asistente –el equivalente al alcalde actual- Sancho Martínez de Leyva tampoco obtenía la respuesta necesaria como para llenar estómagos y tras un duro invierno en el que se vaciaron los pocos graneros que aún hacían honor a su nombre, el “problema” había de resolverse como fuese. En torno a Omnium Sanctorum no quedó otra que tomar una vieja bandera sinople arrebatada al moro y levantarse en una rebeldía que, como la inmensa mayoría, terminó con unas cuantas cabezas adornando las puertas del palacio de los Marqueses de la Algaba.

Casi siglo y medio después, en 1652, hechos similares volvieron a repetirse. Tras la peste desoladora de 1649 que dejó a la ciudad con la mitad de sus pobladores –intenten siquiera imaginar qué supone eso-, el ciclo agrónomo no pudo mantener un ritmo al menos mediano para lo que habían sido los años anteriores del mismo siglo XVII. Por tanto, quedó una situación en que aún habiendo menos bocas que satisfacer, la producción cerealística no alcanzó a cubrir las demandas. Además de ello, o quizás gracias a esta situación, en la escena entraron los especuladores con unos colmillos afilados como hacía tiempo no se veía. Jugaron con el grano y pan cocido hasta situarlo en 120 reales la fanega de trigo y hasta 6 la hogaza, que para hacernos una idea sería algo así como multiplicar por cinco su valor de tiempos ordinarios. De nuevo los sevillanos pusieron mano sobre sus cuchillos y se levantaron demandando una solución de emergencia al asistente Diego de Cárdenas, quien había participado activamente de esa especulación sobre el abasto. Este hecho fue el cénit de lo que posteriormente don Antonio Domínguez Ortiz -¡me duele la boca de pedir un monumento en memoria de este historiador sevillano!- denominó Alteraciones andaluzas, pero que él mismo se encargó de calificar como “revueltas estériles”; y lean a Ortiz de Zúñiga, quien vivió estos acontecimientos, para comprobar que es una ciudad levantada.

Pues bien, aunque no me gusta contradecir el refranero, ante esto me cuestiono: de aquellos polvos… ¿estos lodos? Asistimos en la actualidad a un espectáculo realmente vergonzoso en el que los escándalos de corrupción se encadenan unos tras otros entre Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía, siendo además narrados casi minuto a minuto por los medios de comunicación. El último, el caso Madeja, parece ser según las investigaciones judiciales que se compone de una corruptela al menos de una década, sirviéndonos para calificar estas “desviaciones de poder” en nuestro entorno como “procesos de larga duración”, que diría el bueno de Fernand Braudel.

Pero ante estos robos flagrantes a la cartera del sevillano a tres niveles –municipal, provincial y regional- parece ser que la respuesta es la pasividad absoluta. No llevamos años de escasez general alimenticia –al menos a nivel general-, no fallece la gente por una epidemia masiva y no especulan con los pocos recursos a disposición -¿o sí?-, pero desde luego no estamos pasando por un momento que pueda calificarse como boyante cuando el Banco de Alimentos -¡otro monumento!- no para de realizar peticiones desesperadas de víveres o los diferentes comedores sociales se muestran como las nuevas “avenidas” (riadas) que padece la ciudad. Podría parecer esto una llamada a la revuelta, que no lo es, pero la realidad es que la indolencia sevillana ante los hurtos y la escasa respuesta que los gobernantes ofrecen está rayando lo ignominioso. Y es que al final, aquel viejo ideal maquiaveliano –adjetivo más para Niccolo que para su obra- de que es preferible gobernar sobre súbditos que sobre ciudadanos ha alcanzado su punto máximo de realización en el siglo XXI. Ni tenemos pendón verde, ni los panaderos nos asfixian, pero para qué vamos a movernos si están proyectando muñecos en la plaza de San Francisco.

Ismael Jiménez

Fuente: sevillareport 

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